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ene. 8, 2022
Resumen
I. INTRODUCCIÓN
Cuando se habla de movimientos sociales sin más precisiones, se suele sugerir que las luchas sociales demuestran tener cierto rasgo común y que éste encuentra fundamento en el rechazo de cierta política liberal cuyas consecuencias son bien conocidas: subordinación de la vida social a la lógica aplastante de esta globalización que asedia a los trabajadores, aumento del desempleo, una
seguridad social amenazada y el debilitamiento de la capacidad de acción del Estado.
Sin embargo, no nos referiremos a los llamados movimientos clásicos, que serían aquellos que durante el siglo XX concentraron sus esfuerzos en la defensa de las condiciones laborales y salariales. Pero ¿pueden construirse acciones colectivas, o mejor aún, movimientos sociales sobre la base de la privación, de la dependencia o, sencillamente, sobre la miseria? Habrá quienes respondan que es evidente que sí y añadirán: ¿sobre qué otra cosa podrían fundarse? ¿No fue acaso la explotación laboral el origen del movimiento obrero, la dominación colonial la que hizo surgir los movimientos de liberación nacional o el imperio de lo masculino el que suscitó el movimiento feminista?
Tales posturas, que se prodigan al abrigo de la evidencia, sin embargo no resisten el menor análisis. Para que se originen esos movimientos no basta con que se opongan a determinada forma de dominación; por el contrario, es necesario que reivindiquen también determinados atributos positivos. Los sindicatos han defendido el trabajo y el empleo en contra de la explotación capitalista; cierta conciencia de identidad nacional o cultural ha animado a los movimientos anticolonialistas; la
afirmación de una identidad propia impulsó a las mujeres en su lucha contra la dependencia masculina. Hace falta, por consiguiente, que la lucha no esté dirigida solamente contra el orden imperante, sino que actúe en nombre de valores considerados esenciales por el conjunto de la sociedad. En nombre del progreso el mundo obrero se opuso a los patrones; en nombre de la autodeterminación, y por tanto de la libertad, fue combatida la dominación colonial. En nombre de la liberación del cuerpo y de la sexualidad el movimiento feminista causó impacto en toda la sociedad.
En las movilizaciones contemporáneas lo más notable y característico proviene de su voluntad de ruptura, de rechazo y de denuncia. Estos movimientos de repulsa están dirigidos contra la injusticia, contra lo intolerable. Pero a partir de ese rechazo de un orden por naturaleza excluyente se ven obligados a elegir entre dos caminos distintos: a) el primero, es el que conduce a la formación de actores sociales autónomos, si es que, como grupos en general minoritarios que son, logran asociar sus reivindicaciones particulares con la defensa de ciertos principios reconocidos por la sociedad, y
más concretamente con determinados derechos; b) el otro camino, puede llevarles a depender de fuerzas políticas o ideológicas que no confían en la posible formación de actores autónomos y que
se arrogan ellas mismas la función de vanguardias cuya tarea consiste en dotar de sentido, y en ocasiones incluso de organización, a simples “fuerzas” o “masas” incapaces de acceder por si mismas a su propia conciencia.
Los movimientos de las sociedades industriales, y el movimiento obrero en primer lugar, solían hablar como representantes de la historia, del progreso, de la sociedad de la abundancia o de la sociedad comunista; en otras palabras, de un porvenir deseable e incluso necesario. Pero el siglo XX se vio dominado por regímenes totalitarios que anunciaban una sociedad perfecta y un hombre nuevo para que, ahora, se pueda continuar creyendo en tales utopías de tan catastróficas consecuencias. Por el contrario, contamos con una viva conciencia de la fragilidad que rodea a nuestras sociedades, amenazadas tanto por su propio desorden como por la destrucción de su entorno. Estamos en oposición con la proliferación de ciertas técnicas y con el liberalismo desenfrenado, pero, al mismo tiempo, con la obsesión identitaria de algunos comunitarismos que se quieren imponer en nombre de la resistencia a la dictadura del mercado. La defensa de los derechos culturales y sociales de los individuos y de las minorías parece ser, actualmente, el objetivo primordial de los nuevos movimientos sociales que se oponen tanto al imperio del mercado como a la dominación de los movimientos de inspiración comunitarista.
II. LOS MOVIMIENTOS NUEVOS SOCIALES EN EL SIGLO XX
El enfoque de los nuevos movimientos sociales en el análisis de la acción colectiva, desarrollado en las últimas décadas del pasado siglo, intenta explicar la aparición de nuevas formas de acción
colectiva relacionándolas con los cambios estructurales que estaban sucediendo en las sociedades capitalistas avanzadas. Desde este enfoque, estas nuevas formas de movilización y acción colectiva se constituyen en los protagonistas idóneos para explicar la articulación de la protesta en las sociedades industriales avanzadas, subrayando, al mismo tiempo, que la acción colectiva y los movimientos sociales son producto de las estructuras sociales. Desde esta perspectiva, por tanto, la explicación de la acción colectiva y de los movimientos sociales hay que buscarla en las contradicciones que muestran las sociedades capitalistas de finales del siglo XX, desde la percepción de que cada estructura social produce sus movimientos sociales y sus formas de acción colectiva.
No sólo los tiempos definen y marcan los rasgos de estos movimientos, también sus actores individuales, ya que tienen como protagonistas a grupos e individuos que a diferencia de los movimientos sociales clásicos, no se encuadran necesariamente en posiciones estructurales homogéneas. Así, nos encontraríamos ante un nuevo marco en el que la movilización y la acción colectiva, serán representadas por unos nuevos movimientos sociales, heterogéneos respecto a su composición, contenidos y formas de organización, siendo considerados por ello, como uno de los rasgos que caracterizaron a las sociedades occidentales de finales del siglo XX y hacen lo propio con aquéllas de principios del siglo XXI.
Estos nuevos movimientos presentan una estructura descentralizada y poco burocrática, que destaca por un proceso de toma de decisiones ante todo participativo. Plantean un desafío al orden político contemporáneo, al abogar por un nuevo estilo de acción política, basado en la acción directa. Además, muestran una manifiesta oposición y crítica al modelo democrático liberal de participación política y, de esta forma, posibilitan iniciativas populares o ciudadanas que van a reclamar un nuevo estatuto de interlocutores políticos. Otro elemento destacable de estos movimientos, es su oposición a lo instituido, suelen ser anti- institucionales, tanto desde sus formas organizativas, como desde su comportamiento, funcionando de manera distinta a como lo hacen otras instituciones sociales y políticas de la sociedad. Esta posición anti-institucional se hace patente en el carácter de sus reivindicaciones que les conducen al enfrentamiento y al conflicto, y es que tras una etapa de las sociedades occidentales, en la que las necesidades materiales habían quedado más o menos cubiertas por el Estado de bienestar, estos nuevos movimientos pasan a incluir en sus demandas la satisfacción de nuevas necesidades derivadas de nuevos valores “postmaterialistas” no satisfechos por el mercado. Necesidades de carácter colectivo antes que individual, de solidaridad, de búsqueda y reivindicación de nuevas identidades colectivas, por ejemplo, étnicas, de género y de minorías, entre otras.
Estos nuevos movimientos sociales ya no tienen a la clase obrera como protagonistas de la acción. La clase obrera va a ser sustituida por las clases medias, unas clases que procuran, antes que revoluciones y alternativas de totalidad, demandas parciales, localizadas, defensivas de la complejidad identitaria de las sociedades postindustriales. Se trata de movimientos cuya existencia se explica por la demanda de un reconocimiento social o de la satisfacción de unas necesidades hasta cierto punto particulares, que se combina con demandas de carácter universalista, de logros y beneficios extensivos al conjunto de la sociedad. De este modo, estamos ante otro rasgo diferenciador, como es que la consecución de las metas y objetivos que orientan su acción no sólo benefician a los participantes de la acción o a los miembros del movimiento sino que se generalizan y se pretenden extender al conjunto de la sociedad. Podríamos añadir, que otro elemento “identificador” de estos movimientos es el de expresar una crítica a la modernización, a ese proceso que tras una profunda transformación dio paso a la sociedad moderna, señalando dónde están las contradicciones o los conflictos sociales fundamentales y no resueltos por las sociedades actuales. Al mismo tiempo, se erigen en protagonistas de la búsqueda de soluciones y superación de dichas contradicciones. Muestran la crisis cultural de la modernidad, una crisis de racionalidad, de valores y de estilo de vida, porque para estos nuevos movimientos sociales, las contradicciones y el conflicto social no se generan exclusivamente en el ámbito económico ni en el la producción y distribución de bienes, sino que existen otraszonas de conflicto. El conflicto social no es ya de carácter exclusivamente económico sino también cultural, por lo que se pone en cuestión los modelos culturales y civilizatorios, los ámbitos donde se dirime la identidad personal y el sentido de la vida.
Por último, estos movimientos no dejan de ser un reclamo y demanda de una posición menos pasiva, de dejar de ser simples espectadores del devenir social, para poder convertirse en protagonistas.
A nuestro entender, existiría un conjunto de factores que combinados entre sí permiten establecer
las diferencias con los viejos movimientos sociales. La ideología de estos movimientos es el principal factor que los distingue de otros movimientos sociales, su defensa de un paradigma social que contrasta con la estructura dominante de finalidades de las sociedades industriales occidentales y
que cuestiona la búsqueda del bienestar material, la riqueza y el crecimiento económico, pilares de
las sociedades democráticas occidentales, apostando por dar mayor importancia a los aspectos
culturales y a la calidad de vida. Como lo señalamos, suelen presentar una estructura organizativa
descentralizada, abierta y democrática acorde con la tendencia participativa de estos movimientos y con el ámbito generalmente local en el que actúan los grupos e individuos participantes de estas formas de acción colectiva. Esta forma de estructura organizativa es fiel reflejo, no solo de la ideología de los nuevos movimientos sociales, sino también, del carácter difuso de su base social. Reivindican el quedarse fuera, al margen del marco institucional de la administración pública. Prefieren influir en las decisiones políticas mediante presiones y a través de la opinión pública, en lugar de comprometerse con la actividad política convencional. Uno de los instrumentos utilizados por los nuevos movimientos sociales del siglo XX para ejercer influjo en la opinión pública y en aquellos que toman decisiones políticas, fue la protesta, ya convertida en una actividad planeada y organizada. También se apoyaron para la acción y la movilización de sus simpatizantes en los medios de comunicación, son considerados como un factor muy importante para lograr extender sus mensajes y reivindicaciones a toda la población. Por último, su estilo político es no convencional, impregnado de fuerte sentimiento antisistema, alejado de los procesos de negociación y conflicto de los sistemas corporatistas de las sociedades democráticas occidentales, y de las formas, estilo y normas de los partidos políticos de los que suelen separarse premeditadamente. Si en Europa la enumeración de los nuevos movimientos sociales incluye típicamente los movimientos ecológicos, feministas, pacifistas, antirracistas, de consumidores y de autoayuda, la enumeración en América Latina –donde también es corriente la designación de movimientos populares o nuevos movimientos populares para diferenciar su base social que es característica de los movimientos en los países centrales (la nueva clase media)– es bastante más heterogénea. Incluye, por ejemplo, “el poderoso movimiento obrero democrático y popular surgido en el Brasil, liderado por Luís Inácio da Silva (Lula) y que luego derivó en el Partido de los Trabajadores; el Sandinismo que surgió en Nicaragua como un gran movimiento social de carácter pluriclasista y pluriideológico; las diferentes formas que asume la lucha popular en el Perú tanto a nivel de los barrios (pueblos jóvenes) como a nivel regional (frentes regionales para la defensa de los intereses del pueblo); las nuevas experiencias de paros cívicos nacionales, con la participación de sindicatos, partidos políticos y organizaciones populares (grupos eclesiásticos de base, comités de mujeres, grupos estudiantiles y culturales, etc.) en Ecuador, en Colombia y en el Perú; los movimientos de invasiones en Sao Paulo; las invasiones masivas de tierras por los campesinos de México y otros países; los intentos de autogestión
en los tugurios de las grandes ciudades como Caracas, Lima y Sao Paulo; los comités de defensa de los Derechos Humanos y las Asociaciones de Familiares de Detenidos y Desaparecidos en Argentina y Chile, entre otros. Como de alguna manera lo hemos ya señalado, la novedad de estos nuevos movimientos sociales reside en que constituyen tanto una crítica de la regulación social capitalista, como una crítica de la emancipación social socialista tal como fue definida por el marxismo. Al identificar nuevas formas de opresión que sobrepasan las relaciones de producción, y ni siquiera son específicas de ellas, como son la guerra, la polución, el machismo, el racismo o el productivismo; y al abogar por un nuevo paradigma social, menos basado en la riqueza y en el bienestar material del que, en la cultura y en la calidad de vida, denuncian estos movimientos -con una radicalidad sin precedentes- los excesos de regulación de la modernidad. Tales excesos alcanzan no sólo el modo como se trabaja y produce, sino también el modo como se descansa y vive; la pobreza y las asimetrías de las relaciones sociales son la otra fase de la alienación y del desequilibrio interior de los individuos; y finalmente, esas formas de opresión no alcanzan específicamente a una clase social y sí a grupos sociales transclasistas o incluso a la sociedad en su todo. Es así como en algunos movimientos es discernible un interés específico de un grupo social (las mujeres, las minorías étnicas, los ghettos socioeconómicos, los jóvenes), pero en otros, el interés es colectivo y el sujeto social que los titula es potencialmente la humanidad en su todo (movimiento ecológico, movimiento pacifista).
Según algunos, estos movimientos representan la afirmación de la subjetividad frente a la ciudadanía. La emancipación por la que luchan no es política sino ante todo personal, social y cultural. Las luchas en que se traducen se pautan por formas organizativas (democracia participativa) diferentes de las que precedieron a las luchas por la ciudadanía (democracia representativa). Al contrario de lo que se dio con el dúo marshalliano ciudadanía-clase
social en el período del capitalismo organizado, los protagonistas de estas luchas no son las clases sociales, son grupos sociales, a veces mayores, a veces menores que las clases, con contornos más o menos definidos en función de intereses colectivos, en ocasiones muy localizados pero potencialmente universalizables. Las formas de opresión y de exclusión contra las cuales luchan no
pueden, en general, ser abolidas con la mera concesión de derechos, como es típico de la ciudadanía; exigen una reconversión global de los procesos de socialización y de inculcación cultural y de los modelos de desarrollo, o exigen transformaciones concretas, inmediatas y locales (por ejemplo, el cierre de una central nuclear, la construcción de una guardería infantil o de una escuela, la prohibición de publicidad violenta en la televisión, etc.), exigencias que, en ambos casos, van más allá de la mera concesión de derechos abstractos y universales. Por último, estos movimientos tienen lugar en el marco de la sociedad civil y no en el marco del Estado y, en relación con éste, mantienen una distancia calculada, simétrica a la que mantienen con los partidos y con los sindicatos tradicionales.
III.LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y EL CAMBIO SOCIAL: EL ECOLOGISMO
No creemos desmesurado afirmar que uno de los movimientos sociales que mayor calado y repercusión social, política y cultural ha mostrado desde hace más de tres décadas es el movimiento
ecologista. Su presencia ha sido de tal intensidad que, hoy en día es muy difícil encontrar persona, organización o institución que no se pronuncie a favor de “lo ecológico”, de la defensa y conservación de la naturaleza, que no reconozca y valore la estrecha relación entre sociedad y naturaleza, o proclame, lo que hace décadas parecía utópico, la vinculación y alto grado de dependencia entre economía, crecimiento, desarrollo, naturaleza y calidad de vida. Además, el movimiento ecologista es uno de los movimientos que mayores éxitos ha obtenido, por su capacidad de movilización, su impacto en los centros de toma de decisiones políticas y económicas y por ser creadores de nuevas formas de entender e interpretar la realidad, los problemas y las soluciones; por su oposición manifiesta a las prioridades que dominan las decisiones en las sociedades industriales avanzadas; por su forma de acción colectiva directa y expresiva, y por su estilo participativo en la toma de decisiones, mostrando con rotunda claridad el carácter universalista de sus demandas y la extensión de los beneficios y objetivos que procuran a toda la sociedad y no solo a los protagonistas de la acción colectiva.
La presencia del movimiento ecologista, representa la confirmación de la existencia de unos problemas sociales que requieren solución y muestran la sensibilidad hacia ellos de algunos grupos y colectivos de nuestra sociedad. Es cierto, que bajo la denominación de movimiento ecologista puede encontrarse discursos, acciones, formas organizativas y políticas muy diversas, pero no es más que un reflejo de la complejidad y diversidad propia de las sociedades contemporáneas. Ahora bien, este complejo mundo del ecologismo coincide con la extensión de la concepción de los seres humanos como un elemento más de un sistema integrado, un eco-sistema sobre el que debe actuarse con responsabilidad, velando por su equilibrio y continuidad en el futuro, y considerando que la defensa de la naturaleza es esencialmente la defensa de la vida en general y de la de los seres humanos en particular.
Podemos destacar la variedad de formas del movimiento ecologista y sus acciones, unas destinadas
a la defensa del medio ambiente y otras que propugnan la inclusión de la ecología bajo la piel de los ciudadanos y ciudadanas de las sociedades actuales. La diversidad y complejidad de la movilización son muestras del proceso de cambio generado por la modernización de la sociedad. La modernización podría medirse a través de diferentes variables, entre las que cabría señalar el grado de movilización y el impacto que los nuevos movimientos sociales han tenido y están teniendo convertidos en protagonistas de la acción y la movilización que se hacen ver con mayor frecuencia y que ocupan a muchos ciudadanos en tareas y esfuerzos que buscan soluciones a los problemas medioambientales y aspiran a la transformación de la sociedad en otra más limpia, más sana, con
menos riesgos, pero también más participativa, más democrática, más solidaria. En este sentido,
la acción colectiva protagonizada por lo movimientos ecologistas ha ido incorporando a un mayor número de ciudadanos en la demand de soluciones a las cuestiones medioambientales y, de forma paralela, al desafío de la construcción de una mejor sociedad. El reclamo de la transformación de la sociedad moderna en una sociedad con menos riesgos, más participativa, democrática y solidaria, no se entiende sin la percepción de los efectos y riesgos medio ambientales que el proceso de industrialización y el empleo de determinadas tecnologías pueden provocar. Esta percepción de los riesgos ha generado movilizaciones y acciones colectivas en todo el planeta que ponen en primera línea de la actualidad las protestas ciudadanas promovidas por grupos, colectivos, asociaciones y plataformas que se oponen, entre otras cuestiones, a la instalación de determinadas industrias en sus localidades y entorno.
La modernidad occidental se consiguió gracias a la concentración de medios de actuación en manos de cierta élite que se definía a sí misma como racional y a que ésta afirmó su papel dirigente en contra del resto de fuerzas supuestamente irracionales. Una vez alcanzada, proporcionó a Occidente la supremacía durante siglos, aunque al precio de la escisión de la sociedad, de su polarización en todos los aspectos: empresarios autoproclamados racionales contra trabajadores considerados como rutinarios o perezosos; colonizadores portadores de la Ilustración contra embrutecidos salvajes que rechazaban las ventajas del progreso; adultos que saben contenerse contra niños que ceden a sus instintos; hombres racionales contra mujeres juzgadas irracionales, traduciéndose este último fenómeno en el dominio de lo público masculino sobre lo privado femenino.
Ahora bien, desde hace ya mucho tiempo, y en la actualidad más todavía que antaño, se asiste a la superación de estas polarizaciones, de estas oposiciones establecidas entre dominadores y dominados. Se trata de una especie de recomposición del mundo.
IV. EL ROL DE LOS INTELECTUALES
En un movimiento social ideal, autoconciente y organizado, al igual que en un sistema político enteramente democrático y transparente, el papel de los intelectuales sería secundario o hasta inexistente. Pero cuando no existe el menor principio efectivo de unidad de la vida social y política, los intelectuales están forzados a intervenir. Hace tiempo lo hacían para criticar a los poderes políticos o religiosos que imponían a la sociedad decisiones arbitrarias o escandalosas, pero enseguida, y cada vez más, a medida que aparecieron los actores sociales y que se iba extendiendo la democracia, los intelectuales han intervenido en los conflictos y en el debate social para iluminar su significado, ya que los mismos actores no podían ser por entero concientes de sí mismos en momentos de crisis o de dependencia, y porque tal sentido estaba secuestrado por ciertas ideologías impuestas por las clases dirigentes o por los partidos que hablaban en representación del pueblo, de la nación o de las masas. Por supuesto, y siguiendo a Alain Touraine, existen varios tipos de intelectuales. Presentamos algunos de ellos:
El más clásico, quizás también el más reconocible, es el rol del intelectual crítico, cuya atención se concentra en la denuncia del sistema dominante. Suele revelar los intereses que se ocultan tras los
discursos moralizadores y da a conocer el sufrimiento de los explotados, alienados y manipulados. Una parte significativa de la prensa requiere de los servicios de éstos. Se trata de intelectuales que
en el siglo pasado se caracterizaron por el papel crítico y contestatario que adoptaron más que por la teorización sobre las distintas formas de resistencia al poder. En esta categoría podemos nombrar, entre otros, a Pierre Bourdieu, Jean Paul Sastre y más tarde a Louis Althusser.
Un segundo tipo de intelectuales, opuesto al anterior, es el de los que se identifican con determinada lucha o determinada fuerza de oposición, y se convierten en sus intelectuales orgánicos, de hecho en sus ideólogos. Al abrigo del Partido Comunista francés, muchos intelectuales tuvieron la oportunidad y la satisfacción, unas veces, de convertirse en las verdaderas estrellas de las reuniones públicas, y otras, con mayor honestidad, de sentirse partícipes, de una manera desinteresada, de los movimientos de liberación y de construcción de un futuro mejor. El derrumbe de la ideología y del poder comunista se ha hecho sentir de forma evidente entre estos intelectuales. Sin embargo, tan injusto sería condenar por entero a este tipo de intelectuales, como falso pretender que haya desaparecido del todo. Muchos de los intelectuales que firman peticiones, participan en manifestaciones o incluso en huelgas de hambre, dan prueba de modo completamente honesto de su solidaridad con reivindicaciones y actitudes de contestación que no logran hacerse oír por los poderes públicos. En tercer término, es posible distinguir también algunos intelectuales que hacen su trabajo de analizar y comprender, buscando tanto el sentido de las acciones que apoyan como de aquellas a las que se oponen. Se sitúan en el escenario a cierta distancia de los actores reales. En este caso, más que intelectuales tal vez cabría referirse a expertos
o profesionales más que si su voz o sus escritos quieren convertirse en instrumentos al servicio de determinada crítica al poder social o, más directamente, de una fuerza de oposición y de contestación. La diferencia entre estos intelectuales y los de la primera categoría es que éstos, a los que ahora nos referimos, creen en la existencia, en la conciencia y en la eficacia de los actores sociales, pese a reconocer sus limitaciones, mientras que los pertenecientes a la primera categoría sólo piensan en la crítica de las contradicciones internas de las crisis.
Observamos, sin embargo, una cuarta categoría de intelectuales. Se les puede calificar de utopistas, en el sentido más positivo del término, pues se identifican con las nuevas tendencias culturales, sociales o propias de la vida personal y las hacen más claras, sin permanecer no obstante ciegos ante los conflictos sociales que se desarrollan alrededor de la gestión social de tales transformaciones. En fin, a todos los actores sociales les gusta ser admirados, puestos como ejemplo. Pero la identificación del actor con el análisis que de él se hace es casi siempre fuente de error, y por tanto le hace más débil. Esta constatación es válida para cualquier momento histórico, tanto para el presente como para el pasado o el porvenir. Es preciso mantener las distancias con el análisis, o incluso crearlas si fuera necesario, disponer de cierta mirada crítica para distinguir los significados que se deducen del acontecimiento, al mismo tiempo que hay que dejarse llevar por
la simpatía que conduce a descubrir un proyecto allí donde otros no veían antes más que simple
desorden. Lo que un trabajo semejante pierde en aprobación general y en popularidad inmediata lo gana en utilidad, si se admite que el trabajo de un movimiento social para labrarse a sí mismo, es largo y difícil, plagado de crisis y zonas oscuras. Sin embargo, es preciso rechazar todo discurso
que intente convencernos de nuestra impotencia. ¿Hasta cuándo repetiremos que nos encontramos sometidos al dominio absoluto de la economía internacional, pese a que cada día estemos inventando y defendiendo otros ideales? ¿Tan difícil resulta entender lo que enfrenta a quienes no hablan más que de dominación y a los que creen en la posibilidad de liberación? ¿A quiénes no hacen más que apelar al Estado y a los que creen en la consolidación de nuevos actores sociales? ¿A quiénes hablan de rechazo y a los que aún tienen esperanzas? Pensamos que no podemos dejar que la segunda década de este siglo avance con los nuevos movimientos y esperanzas confiscados por esos discursos que mantienen a la sociedad presa del pasado. Precisamente a nuevas formas de participación ciudadana en Chile en el presente siglo se refiere el primer artículo de este número de la Revista, cuyo autor es Miguel Ángel Pardo B., Magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos (UAH, 2013), Licenciado en Educación En Historia, Geografía y Educación Cívica (UMCE, 2007), artículo en que destaca el rol de Internet y las redes sociales en la conformación y éxito de este tipo de movimiento social. La Licenciada en Derecho, Magíster en Ciencia Jurídica y Doctora en Derecho (PUC) Regina Ingrid Díaz T. se refiere a una materia de creciente importancia en nuestro país cual es la inmigración, en su artículo “La Política Migratoria chilena en contraste con las recomendaciones de las relatorías especiales de las Naciones Unidas” donde exhibe los obstáculos institucionales, sociales y económicos que exhibe nuestro país en materia de política migratoria y presenta algunas recomendaciones para enfrentarlos.
Carlos Andrés Reyes G., Licenciado en Psicología (Universidad Católica del Norte), Magíster en Filosofía (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso) y Candidato a Magíster (UTEM) escribe el artículo “Postmodernidad y Ciudadanía: Una lectura a la situación sociopolítica del cambio constitucional en el Chile actual”. En materia metodológica, su propuesta se refiere a la instauración de un nexo dialógico entre los diferentes modos de reflexión que tanto la historia como la filosofía permiten, para de esta forma favorecer una mirada diagnóstica, sociológica y política del cambio constitucional que se avecina en nuestro país.
El cuarto artículo pertenece al Sociólogo y Licenciado en Filosofía (PUC) y candidato a Magíster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile, Pablo Iriarte B., quien bajo el título de
“El desarrollismo latinoamericano en los años de la Guerra Fría. Un ensayo sobre la disputa por el
desarrollo” señala que la búsqueda del esquivo desarrollo para Latinoamérica generó una institucionalidad hoy plenamente vigente, que inevitablemente nos recuerda los años en que la bipolaridad de las potencias era fuente de incertidumbre para las periferias.
“Prospectiva territorial a escala regional. La Región de Aysén 2010” es el quinto artículo cuya autoría corresponde a César Barrios P. y Adriano Rovira P. Resume el escrito la tesis de grado del primero quien se desempeña como consultor privado, mientras que el segundo lo hace como Académico en la Escuela de Geografía de la Universidad Austral de Chile. En el documento se resume un ejercicio prospectivo realizado en el año 1999 en la región de Aysén, considerando la opinión de expertos
regionales. Transcurrido el horizonte de futuro propuesto de 10 años, los autores reflexionan respecto a los resultados obtenidos.
El sexto y último artículo del presente número de la Revista es de Fernando Salamanca Osorio,
Sociólogo (Universidad de Chile), Magíster en Planificación Urbano-Regional (PUC) y Ph.D. en Planificación (Universidad de Londres). Bajo el título de “Una propuesta evaluativa para las estrategias regionales de desarrollo en Chile” el autor argumenta a favor de la necesidad de una evaluación del proceso de las estrategias regionales de desarrollo, pero también de la evaluación ex post. Específicamente, sugiere hacer una investigación aplicada sobre estas estrategias en tres regiones del país, con el propósito de contar con evidencia empírica sobre el potencial de este instrumento, que sirva para la evaluar la gestión regional en un escenario de creciente descentralización.
Agradecemos a cada articulista del presente número de la Revista de Estudios Políticos y Estratégicos, publicación del Programa de Estudio de Políticas Públicas, PEPP, y a todos los investigadores y académicos que han demostrado interés por compartir sus trabajos en ella, que persigue entregar espacios para el desarrollo de la academia, la investigación y la producción especializada.
El PEPP, desde la academia, emprende acciones que se encaminan a formar recursos humanos que concurran a participar en la solución, cuando les sea permitido, de los asuntos que preocupan a nuestra sociedad.
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